El regreso de Gregorio Pérez al banco de suplentes de Peñarol. Al margen de que esta historia la suelen escribir los resultados, cuesta comprender la identificación de la gente con este hombre. Deben haber influido muchas cosas para que una persona alcance tamaño grado de idolatría. Y acá entran a tallar varios aspectos.

Obviamente la gloria alcanzada con la institución. El grado de identificación del entrenador. El hecho de mantener una conducta que se amolda a la historia del club. La forma en que lo echaron en 2007.

Lo que lo llevó a preguntarse en aquel entonces: “¿Por qué tengo que ser yo el chivo expiatorio? ¿Qué hice yo para merecerme esto? Yo no soy ningún pobrecito”.

Y entre las muchas cosas que la gente pone en la balanza a la hora de agradecer está este regreso. Que no es sencillo. Aguirre armó y desarmó a su antojo y con el equipo puntero dejó a todos como gato mirando la fiambrera y se tomó el avión seducido por los petrodólares.

Por todas estos hechos debe ser que antes de empezar el partido partió desde la Ámsterdam el coro entonando su nombre que retumbó por todo el Estadio Centenario.

Cuando el equipo salió al campo de juego los flashes lo esperaban. Estaba al final de la fila. Apenas apareció la gente explotó en un aplauso espontáneo. Cuando el equipo saludó en la mitad de la cancha se vio obligado a levantar las manos para saludar en señal de agradecimiento.

Pocos se percataron de que cumplió con una curiosa cábala, se acomodó los lentes y comenzó a vivir el partido a su manera.

A diferencia de Aguirre, Gregorio pasó los 90 minutos parado al borde de la cancha. Pero quedaban más sorpresas. A los 9 minutos se entonó un viejo himno: “Que de la mano, de don Gregorio, todos la vuelta vamos a dar”. Y nuevamente tuvo que saludar ante tantas señales de agradecimiento.

El partido lo vivió a su manera. Ordenó a Albín que subiera, pidió tranquilidad cuando el equipo recibió el primer gol, abrió las manos en señal de queja ante una supuesta falta previa al segundo tanto de Racing. Aplaudió en los goles, se tomó la frente con algún pelotazo sin destino y suspiró ante cada situación de gol que pudo haber significado la victoria.

El empate final le impidió cerrar la tarde con felicidad. En tiempo de emociones parece que, por ahora, con volver a casa fue suficiente.

Fuente: www.elobservador.com.uy