No es lindo perder así, pero reconforta el respeto que inspira Peñarol, aún desarmado, y ver de al lado todo lo que pusieron los jugadores para defender ese respeto.

Me ubiqué en puesto de fotógrafo del lado que atacábamos, y tuve cerca al Maxi pidiéndolas todas, a Mora peleando contra el mundo, a Guichón intentando imponer su calidad desde una doble función muy exigente. A los demás, metiendo como locos, lo puedo asegurar aunque me quedaran un poco lejos. Pusieron todo para rescatar un partido con todo en contra: la diferencia en la sincronización de equipo, un estadio que realmente mete una presión infernal adentro de la cancha favorecido por la cercanía de las tribunas, un estado del suelo desconocido para el jugador uruguayo con pasto increíblemente corto pero que nunca se hizo barro, a pesar de la cantidad de agua que cayó, y los goles de pelota quieta que desarman a cualquiera.

Parecen excusas, pero cada una de esas razones hacían que el Atlético Nacional se sintiera cada vez más como pez en el agua, y Peñarol cada vez más ahogado en la adversidad total.

Es hora de dejar la ciudad de la lluvia, con todo el reconocimiento a su gente, de una amabilidad increíble, que contradice toda la fama con la que carga. Por suerte, lo pude hacer directamente por medio de las radios que me entrevistaron como representante del único medio uruguayo presente en Medellín.