Fue su noche mágica. La conclusión perfecta para una novela que se empezó a escribir en el año 2011 y que cerró su capítulo hoy. A mediados de aquel año, el club le comunicó que no iba a ser tenido en cuenta y Pacheco tuvo que marcharse a Wanderers para seguir haciendo lo que más le gusta, jugar al fútbol.

Tuvo un año regular, él estaba muy agradecido con el bohemio, pero algo le faltaba. Nada le llenaba tanto el alma como jugar al fútbol con la camiseta de Peñarol, esa que lo vio nacer y formarse, y que lo había consagrado como campeón.

Las vueltas de la vida lo hicieron volver a mediados de 2012. Miles de hinchas fueron al Centenario a ver el partido ante Fénix, si bien el inicio de una nueva temporada era una buena razón, el condimento extra de la vuelta del Tony arrimó más gente.

Todo parecía ser perfecto, Pacheco volvía y anotaba su gol. Sin embargo, la vida tenía más sorpresas para él y en una jugada desafortunada se fracturó, alejándolo de las canchas por un semestre. Algunos pensaron que no volvería a jugar, otros que tendría su chance pero que ya no sería el mismo.

Lo cierto es que volvió, y poco a poco fue sumando minutos y creciendo en su rendimiento. En los primeros partidos daba esa sensación de que «no ponía la pata» y era lógico, no es fácil salir de una lesión de esa magnitud. Con el correr de los encuentros, volvió a tomar protagonismo y en el clásico fue una de las figuras excluyentes, anotando además el gol que abrió el marcador.

Llegó el día de la final y el capitán se despachó con 3 goles y el campeonato uruguayo 49 para las vitrinas de Peñarol. El 8 llegó a los 8 títulos personales y le volvió a anotar a Defensor en una final. Pacheco cantó las 49.